Eberhard Schlotter

Mi primeras obras en Altea

Dos años antes/ en 1954, habíamos descubierto Altea. Aquí, en la huerta, entre naranjos y limoneros, alquilamos una casa en una pequeña colina, con vistas al mar y la montaña. Alemania por aquel entonces todavía quedaba muy lejos, y las noticias de esas partes se las llevaba la suave brisa del atardecer cuando los colores del día se volvían pastel. Leíamos el Quijote, caminábamos con él. Sibylle cuidaba las cabras con el tío Toni y daba de comer a nuestro burrito Platero. Teníamos un techo para dormir debajo, cocinábamos sobre fuego abierto, no de noche teníamos luz.

Vivíamos de 400 marcos, el alquiler de Alemania. Podía pintar sin ser molestado. Altea en esos años fue una aldea sucia, medio desmoronada, pequeña, construida en una colina alrededor de la iglesia que dominaba todo. Fenicios, Griegos y Romanos habían dejado sus rastros aquí. La vida se hacía en la calle. Gentes y animales en la misma casa. No había canalización, todo se tiraba a la calle, las pintorescas calles con sus escaleras llenas de baches y escombros/Tras las caras de las personas, todavía marcadas por el miedo de la guerra fratricida, tras la impotencia de la pobreza.

Se vislumbraban las ganas de vivir. Cánticos ululantes desde los patios todavía conservaban los sonidos de los tiempos de los moros. Esos cantos llenos de humanidad, especias y cursilería. Caminaba por ese paisaje y me encerraba y me encerraba en mi mismo. ¿No es este el grado de latitud que transcurre por todo este mundo, dónde mejor vive el hombre?

Es inútil hablar del trabajo en el estudio. Los programas, como me di cuenta más tarde, siempre se hacen después, a toro pasado. El quehacer diario, la mezcla de felicidad y descontento crítico: La primera te hace dormirte profundamente, el segundo te acecha al duermevela, y te despiertas lentamente en el nuevo día.  Aún así, el día para mí suele comenzar con alegría. El taller y las herramientas/ esbozos y libros/ cristal, latón hierro, fotos, maderas, telas, seda, trapos llenos de pintura, el olor a almáciga y aguarrás, disolventes y aceites, cual afrodisiaco atrae a un placer sensual.

¡Calla y aprovéchalo!